domingo, 14 de septiembre de 2008

Desde mi memoria (o inicios de mi neurosis)


Tendría apenas cuatro años, tal vez cinco.
Ojos asombrados. Carita de susto y una gran soledad dentro del alma.
Miraba todo alrededor, como si la vida fuera una película en la que ella no participaba.
Las historias, eran de los otros.
El protagonismo, de los otros también.
Es que, en realidad, estaba al margen. Al margen de los afectos demostrados con pequeños gestos de amor. Al margen de una palabra de comprensión, de una mirada que diera seguridad. De una mano más grande que contuviera a la suya tan pequeñita y con tanto frío, a veces.
La vida era para ella un libro de cuentos.
La imaginación, su refugio.
En éste contexto, las muñecas ocuparon un lugar especialísimo, junto con ellas, la necesidad tan grande de que tuvieran alma, porque el alma, es la vida misma.
Fue por eso que una tarde, cuando recibió de regalo una muñeca de loza, con hermosas trenzas castañas dibujadas, y una vincha en la frente, cual una paisana, tuvo miedo de que por dentro estuviera hueca.
Con sus manitas torpes intentó hacer un corazón con un trapito rojo que buscó en el costurero. No sabía coser, quería dibujar pero sus manos no lograban plasmar lo que deseaba. Fue así que algo tosco salió, eso sí, repleto de los sentimientos más puros.
Llevó a la muñeca al patio y con todo el amor de una madre y el cuidado del mejor cirujano, partió su cabeza, para acceder desde allí al pecho y darle vida.
Tenía en la mente al hada de Pinocho, a Campanita, a sus sueños….. Si Pinocho se convirtió en niño de verdad, si volvió desde el vientre de la ballena que lo había tragado ¿por qué, entonces, esta muñeca tan amada, no podría convertirse en niña de verdad??
Buscaba, a través de la propia construcción, darse vida a ella misma.
Crear un tejido que – a modo de injerto- forme trama de amores y permita que la vida florezca.
Por lo demás, la realidad fue bien distinta.
La paisana quedó rota. La paliza fue tremenda y la descalificación sumó otro agujero a los tantos que tenía.

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