sábado, 2 de enero de 2010

Lágrimas en la Lluvia. Gioconda Belli

Qué más maravilloso que iniciar el año con un texto de Gioconda ...

Pienso en el átomo, la partícula elemental apretadamente contenida cuya división causaría catástrofes. ¿Cuántos átomos habrán entre mis recuerdos y yo? ¿Qué apretada sucesión de vidas está enroscada en mis células y desaparecerá cuando caiga el despojo sobre mi cabeza? Miro el trazo descartable de la historia que me ha tocado hacer, el rompecabezas esquivo de la infancia con su sabor a dulce antiguo. Las milflores en el jardín, la fuente, los traslados, las camas de hierro, mi madre cortando mosaicos, yendo a clases a Bellas Artes, mi padre en su coche pulido, las monjas de la Asunción en el patio donde el árbol de pan acogía nuestros recreos y entraba por la ventana hasta el balcón donde Mercedes contó la historia de le peineta y el reloj y me hizo soñar colgada de sus palabras y comprender el misterio de los cuentos. Los amantes: aquel que amé descuidada y atrevida en la clandestinidad de una ciudad chismosa que envidiaba nuestras luces, el que me escribió poemas en la espalda y me enseñó la geografía del alhelí; el cruel que uno a uno arrancó los pistilos de mis pensamientos para confundirme con sus humores de minotauro sacado por mí del laberinto para martirizar a muchachas danzarinas creyentes de las bondades de su corazón. Contemplo la mujer llena de volcanes, la que lleva lagos en los ojos y cuya historia a diario me ronda como una obsesión que no cede, país anfibio monstruo telúrico, hermafrodita erizo, puercoespín que me clava sus dientes en las espinas o me arrulla con sus ventiscas en eneros y febreros desérticos. Los hijos que parí desde el vientre o el corazón. Mis muchachas y muchachos soportándome las ilusiones, los sueños desmedidos, la insistencia de vivir mi vida sin concederles la gracia de resignarme y ser simplemente la madre que habrían merecido. Mi vida errante entre el deseo y la obligación, el destierro del amor que me lleva y me trae en sus huracanes de nostalgia poblados de rostros vistos o por ver hablando lenguajes tersos y lejanos o palabras que me devuelven la miel como colibríes veloces que rápidos restauran con sus largos picos mi identidad perdida para que el tiempo que no he sido me vuelva a reencontrar. ¿Cuántos malinches en flor, cerezos y corteses se apagarán en mis ojos cuando la luz huya de mí y yo quede como una referencia en las fotos mustias de mis descendientes? ¿Quién dará cuenta de mi fuego? Sólo aquí permaneceré. Escuchame lector, imáginame. A tus ojos y tu fantasía confío mi eternidad por los siglos de los siglos. Amén

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