jueves, 17 de julio de 2008

Carmencita (versión2)


Una tarde de otoño mientras caminaba las calles de San Telmo, visité varias casas de antigüedades hasta que la ví: Era una muñeca negra de pasta, con vestidito rojo a lunares blancos, el delantal blanco y un pañuelo en la cabeza.
Sentí que un retazo de mi infancia me sacudía el alma. La miré con un poco de pena porque mis flacos bolsillos no me permitían siquiera soñar con abrazarla. Un día de estos, me dije a manera de disculpas, mientras ocultaba mi impotencia, volveré a buscarla.
Cuando era niña, me gustaban las muñecas rubias con caritas perfectas de labios rosados, mejillas apenas sonrojadas y ojos azules, con vestidos largos, con muchos frunces y volados de telas, con aplicaciones de tul y brillantes.
Mi papá, de vez en cuando, como premio seguramente, me llevaba a la tienda a elegir un juguete y yo miraba a las muñecas.
Ah… las rubias tan lindas, casi inalcanzables! Un poco quería parecerme a ellas, sin embargo allí estaban las otras, las de pasta. Debo confesar que no me resultaban lindas… sin embargo, shhh... No quería que mi corazón delatara mis sentimientos.¿Qué sentiría su almita de trapo al escuchar “la que más te guste” y nunca ser ella?Una lucha interna, feroz, me llevaba a elegirla: “Esa, la negrita!”, lo decía con tantas ganas, que la voz estallaba en el pecho.Me dolían sus sentimientos, saberse una y otra vez no elegida, menospreciada.Estoy segura que el común de las nenas hubiera optado por las otras, las rubias del largo vestido, pero yo no me sentía como las demás, por eso tomaba la decisión más sabia.
Ocurrió una tarde, de manera inesperada –como suceden los milagros- que en mi haber aparecen cien dólares, regalo de mi hermano, vaya a saber por qué cuestión del destino.
Inmediatamente vino a mi mente la negrita y fui más que volando a buscarla.
Cuánta ansiedad tenía! Parecía una madre en busca de su hijito.
Caminé y caminé y volví a caminar, porque las vidrieras habían cambiado y no fue fácil dar con el local que recordaba. Al fín lo hallé y triste fue tomar conciencia de que la había perdido.
-Busco una muñeca, negrita, de pasta, le dije. Hace tiempo la tenían en vidriera….
-Esta es! Me dijo el mal comerciante, tratando de darme otra, que en apariencias –para él- era igual.
-Esa no es mi muñeca! Lo dije con firmeza.
-¿Cómo está tan segura, señora? usted se confunde.
- No es! Cuando nos vimos, nos miramos al alma. Ambas nos reconocimos. No me quiera confundir usted señor, que yo la tuve entre mis brazos…
Con angustia me fui del negocio creyendo que ya no la vería más.
Caminé tantas veces esas veredas de la calle Defensa, torciendo mis pies cansados con los adoquines, con la frustración a flor de piel y la infancia apretada en el bolsillo donde guardaba el dinero, que ahora al fin, había conseguido.
Cansancio… Pesar…. Fastidio…
Hasta que empujada por la inercia, elevo la vista y en una vitrina la veo: Era toda ella. El corazón me dio un vuelco. Corrí a buscarla.
- Mi nena!, esta vez no te voy a perder.
-¿la lleva así o se la envuelvo?
-A upa! la llevo en mis brazos. Ya está con mamá.
Salimos de allí y juntas fuimos a Puerto Madero, al Puente de la mujer.
Mientras el sol nos embriagaba nos sacamos algunas fotos y reímos. Reímos tanto que la risa estalló en el pecho, con la alegría de habernos reencontrado.
Ese fue uno de los días más hermosos de mi vida.... Mis hermosas muñecas negras de pasta que tan feliz me hicieran en mi niñez!Siempre supe que tenían alma.Siempre supe que mi corazón las amaba, más allá de la belleza.Siempre sentí que ellas me amaban a mí también.Siempre estuve segura que por las noches, mientras todo dormía, me venían a buscar y corríamos hacia el cielo, jugando entre las estrellas, lejos de todo, absolutamente Libres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusto mucho y hizo que se reciclara en mi memoria ese hermoso y particular dia en que nacio en mis escritos "Camila" la negrita de Santelmo y Monserrat, quiien? no la vio bailar candombes y habaneras con sus piesitos descalzos, su vestido blanco, pañuelo a lunares rojos como sus labios y esa mirada inocentemente picara. dicen que Tomas, el cartero de San Cristobal tan negrito como ella, aveces se le quedaban las cartas sin entregar porque se quedaba embobado mirando los contorneos de
Camila la negrita bailadora.